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Hemos llegado al centro del país, convencidos de que podemos salvar al mundo. Bogotá es una ciudad presta a encuentros, a exhibiciones… al nadaísmo. Aquí hallamos un lugar de conspiraciones sansónicas donde pensamos en el derrumbamiento del capitolio como símbolo del desacuerdo con la estructura no sólo del barro sino del ser. En esta Atenas criolla evidenciamos la multiplicidad de la nada con la llegada de “provincianos” que expanden su plaga por entre las calles y cielos grisáceos de la ciudad.

 

Muchos de los nadaístas integrados en Bogotá han llegado de otras regiones huyéndole a sus infiernos. Algunos se han desplazado, por la violencia desatada en los pueblos –la nunca atada, pues es omnipresente y eterna–, a los centros de los departamentos buscando calma, empleo y progreso… algunos lo hemos hallado en el nadaísmo que es todo eso y todo lo contrario.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En Cundinamarca encontramos aliados y conocemos las obras de los nadaístas en estas ciudades. La pintora, tierna y existencial, Rosita Uribe, comparte con su bumangués Gallinazo músicas y retratos de la patria. En Bogotá, como símbolo rozagante de la rebelión, de la nada mujeril, Rosa Girasol y Rosita –flores bellacas- han aunado sus talentos para lanzar a la tierra sus nada-poemas y nada-ilustraciones: “NO HAY MÁS TOMATES”, porque ya todos se los tiramos a Colombia y sus títeres-titiriteros.       

 

Con las estadía capital,  se comienza la formalización de los quehaceres. Sin embargo, la rumba de la nada aglomerada en la ciudad es delirante y debemos comenzar a direccionar los deseos. La integración con otros artistas es esencial para el surgimiento de nuevas obras. En la Universidad Nacional encontramos alianzas con personajes como Samuel Ceballos, el flaco Bateman, Ernesto Cardenal y Camilo Torres, este último quien descresta con su oratoria-santa a los estudiantes, a los caminantes, a los nadaístas. Sobre el cura, Pablus y Eliana cantan músicas censuradas, exiliadas, perseguidas. Diego León Giraldo graba el cortometraje “Camilo Torres”.  Inspirada por él, Patricia asume el teatro, el nadaísmo y la revolución.   

 

El Nadaísmo cambiante y en constante movimiento, con su todo y su nada, ruidoso y amotinado como aliento de alcantarilla después de lluvia capitalina, halla en Bogotá nuevos rostros, un despliegue de saberes, un lugar irruptor del orden mental.

 

En este caminar, algunos quehaceres se definen, otros enrutan sus pasos hacia otras tierras e incluso germinan seres en medio de esa humareda nadaísta. María de la Estrellas es uno de esos retoños rolos, hija de Leonor "La Maga" Carrasquilla, quien comienza a ser parte creadora, comentada y respaldada por algunos nadaístas, ya que Jotamario es un compañero –y el de su madre–, cuasi padre e incitador de sus letras estrelladas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Teatreros, músicos, pintores y poetas nos vamos determinando en los aires gélidos de Bogotá. Allí algunos tomamos rumbos de expansión de la nada, o incluso determinamos como acto nadaísta por excelencia abandonar cualquier vínculo con el movimiento. En Bogotá unos nos quedamos, otros recogimos pasos y regresamos a lugares encantados a la orilla del mar, incluso algunos no abandonamos las montañas ensangrentadas de Antioquia o las lomas calientes del Valle. En medio de los movimientos del movimiento, el nadaísmo logra su contagio en territorios de la patria boba, para intentar que despierte o en caso contrario reviente; esa Colombia que desconoce nuestra inquietud creadora pero que tiembla con nuestros pasos y nuestras memorias. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

[1]El Nadaísmo causó impacto en Bogotá, debido a que el grupo cultivaba una poética urbana en buena parte fundada en el escandalo social y la arremetida contra una sociedad pacata y dogmática. Los nadaístas dejaron marcas en Bogotá debido a sus permanentes provocaciones, caminatas por la ciudad y presencia en algunos establecimientos. Quizá el café El Cisne, situado en donde hoy se levanta el edificio Colpatria, sea el lugar más asociado a estos trovadores.  Tomado de: SILVA, Armando, Bogotá Imaginada, Editorial Altea, Bogotá, 2013. Pág. 216.

 

[2] http://www.elpais.com.co/elpais/opinion/columna/jotamario-arbelaez/retrato-del-artista-cachorro

 

[3] Ibíd. ARIZA, 221

 

 

 

 

 

Profecias en la 7ª

Nereo López, un amigo fotógrafo, nos ha reunido en la Plaza de Bolívar para capturar nuestro primer retrato internacional para la revista O´Cruzeiro de Brasil, pues si aquí nos huyen y nos persiguen al mismo tiempo, nos desconocen pero nos tienen pavor, en otros países el eco del nadaísmo parece una toma de voz convincente.

 

Reunidos, Elmo Valencia, Gonzalo Arango, Mario Francisco Restrepo, Dina Merlini, Moisés Melo, Patricia Ariza, J. Mario Arbeláez, Fanny Buitrago, Luis Darío González y Carmen Payón, nos desplazamos para El Cisne,[1] un café en la Séptima por los puentes de la 26, que nos alberga con recelo pero termina siempre emborrachándonos. Allí, una puerta gigante de vidrio le da la cara a la calle del trasegar flemático de la capital. El lugar es gustoso para los encuentros, para codearnos con niñitos bien y con pelaos obreros, con gente del norte o que baja desde La Perse a buscar tertulia y café. Allí conocemos y nos conocen sin mayor esfuerzo, más que el de aguantarnos cavilosas miradas de meseras regordetas y administradores con aires de italianos.

El Cisne, era la meca de los espaguetis a la boloñesa, que empacábamos con todo el entusiasmo de nuestros estómagos de poetas vacíos. Como quedaba cerca de la televisora nacional, allí llegaban a partir de las diez de la mañana los actores todavía maquillados, David Estivel, Pepe Sánchez, Alí Humar haciendo sus pinitos; y estaban los pintores con sus overoles manchados, Enrique Grau, David Manzur, Álvaro Herrán; y los músicos clásicos y modernos, Lucas Estrada y Pablus Gallinazo; y los cinematografistas Jorge Alí Triana, Jorge Pinto y Francisco Norden; y los actores de teatro Santiago García, Fausto Cabrera, Carlos Perozo, Carlos Duplat, Iván Rodríguez; y llegaban aspirantes a extras, travestis mimetizados, genios incomprendidos, incluso por sí mismos, poetas de vanguardia de la provincia, entre ellos la pesada nadaísta formulando la cuadratura del globo, Gonzalo Arango, Amílkar U., Elmo Valencia, Eduardo Escobar, Darío Lemos, Diego León Giraldo, Álvaro Medina, Mario Lafont, Luis Darío González, Thor Mussika, Patricia Ariza, Dina Merlini, Consuelo Salgado, Carmen Payón, Fanny Buitrago, Rubiela y Amparo Cadavid[…][2]

 

 

Elmo Valencia, Gonzalo Arango, Mario Francisco Restrepo, Dina Merlini, Moisés Melo, Patricia Ariza, Jotamario, Fanny Buitrago, Luis Darío González y Carmen Payón en la Plaza de Bolívar, 1959 (Fotografía de Nereo).

En este y en otros lugares, como el Café Automático y la Biblioteca Nacional, no somos apreciados, tal como nos ha pasado en cada lugar habitado. Sin embargo, son estos los espacios que nos hemos tomado desde nuestro arribo y han sido aglutinantes con la llegada de los nadaístas de todo el país.

 

[…] en las escalinatas de la Biblioteca Nacional leer los manifiestos nadaístas, era un acto político urbano sin precedentes. Ver al “hombre de la llama” con una tea, colgando en la Gobernación de Cundinamarca, gritando contra el sistema, era poesía pura. No entienden que el nadaísmo fue una manera subversiva de llevar de la aldea a la ciudad la literatura colombiana.[3]

 

 

 

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