[…] El ladrón desnudo venía todo pepo y dijo dirigiéndose a toda la concurrencia: Buenas noches, Señores. Ustedes están diciendo que nosotros somos nada. Pues lo están diciendo en serio porque nosotros somos nada. […]
María de las Estrellas
Hoy, a puertas de mis 60 años, el progreso empolva los rostros con cemento, la innovación derrumba la memoria, los lugares de acogidas tertulianas se demuelen en nombre del desarrollo, es decir del olvido. Sin embargo, sobreviviendo en medio del concreto algunos viejos rincones suenan a tangos, boleros y rock and roll atesorados en longplays bien cuidados. Hoy aún, en medio de la superficialidad, presura y caducidad de las cosas, de la prohibición del ser –de la existencia–, unas calles viven de sus recuerdos, otras renacen de los escombros para narrar sus pasos. Recordando un Junín, una plaza de Caycedo, una Séptima, un Tom Hooker –cambiantes de trajes pero añejos en esencia–; unas calles barriales, centrerinas, arenosas u obreras, se hallan huellas y con ellas la necesidad vital de buscarse como ser terrestre, como todo y como nada… como nadaísta.
Este relato, desmemoriado en gentes, fechas y lugares, no es más que la historia diversa de la nada, este encuentro del azar entre quienes me habitaron y me vivieron. Soy Nadaísmo, en cuerpo de mujer, con olor a café, habitado por fantasmas –no los ausentes sino los que caminan hoy las calles y no saben gritar–, soy el cuento no contado, la guerra y el camino, una batalla que aún está por lidiar.
[…] Pensar el nadaísmo implica un salto al vacío más allá del orden y la razón convencional, implica estar al otro lado del armatoste de la cultura. Definitivamente, así pasen [sesenta años], el nadaísmo sigue siendo “una cosa abominable”. [2]
Mantener en el recuerdo y en el quehacer, después de 60 huellas, el ideal de irrumpir y volver añicos el mundo doblemoral, asfixiante y falso permite creer en el artista como piel de la nación, esa que alguna vez logre separar la gruesa coraza de violencia e inexistencia que nos gobierna.
En el nadaísmo cada uno de los jóvenes, hoy canosos o con cuerpos no habitados, legaron su impronta personal, aproximándose de maneras diferentes a la realidad desde la mirada polemicoartística. “El nadaísta es sensitivo como una molécula esquizofrénica, inteligente como un tratado de magia negra, ruidoso como una carambola a las dos de la mañana, amotinado como un olor de alcantarilla!”.[3]
Hoy a mis 60´s algunos han partido a ultramundos desconocidos o ya inventados por ellos. Ellas, las protagonistas de su propia nada, hoy tallan en estas líneas la lucha mujeril, los taconeos, las obras, las canciones, las pinturas, la música; las vidas antes, en y después de mí… el nadaísmo.
Mujeres de historias en lugar de armas, de chalecos floreados en lugar de camuflados, de canciones silenciadas, tarareadas, resucitadas, de arraigo, brisa y canto de mar.
Mujeres, mujeriles, mujeronas, con nada en común solo la nada. Presentes y ausentes la obra es todo, el cuerpo es nada.
[1] DE LAS ESTRELLAS, María, La casa del Ladrón desnudo. Editorial Galería La Maga Poesía, Bogotá, 1996. Pág. 87.
[2]MEDINA, Álvaro, Bodas sin Oro: 50 años del Nadaísmo –Elmo Valencia Compilador–, Taller de Edición ROCCA, Bogotá - Colombia, 2009. Pág.177.
[3] Ibíd. VALENCIA, 119
60´s