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Ella, entre trajes oscuros, cabelleras de visos dorados y un andar existencial, va encaminando sus aprendizajes no a la convencionalidad mujeril de la época sino a las tablas, los poemas y las pinturas, a la polémica y al vuelo; a los cafés y los actos de contraposición.

 

A los 17 años, Dina Merlini se hace parte andante de las hazañas de los malamados nadaístas y es una de las primeras mujeres que entra a un café-bar, en esa Medellín machista y patriarcal, donde “había prohibición para que las mujeres ingresaran, salvo las meseras, a los bares. Elenita, Dina, Regina y otras nadaístas comenzaron a entrar a esos sitios creando conmoción ya que no sabían si atenderlas o no”[1].  

 

[…] Dina fue la primera nadaísta. Era bellísima, con todo el aire de las existencialistas de París, siempre vestida de negro. Y era bravísima. Con ella a nuestro lado, no temíamos a nuestros enemigos, porque espantaba, cuando se ponía brava, llegando hasta el atentado personal […]  [2]

 

En esa búsqueda incesante de la existencia, la Brigitte Bardot paisa, aún sin saber la trascendencia de los actos de rebelión, pero en un impulso infranqueable por estallar con lo establecido, toma rumbo hacia los diferentes territorios de conspiración nadaísta, de huellas y engendros de la nada.

 

En 1961, Cali presenciaría uno de los primeros actos de poesía desnuda, de la cual germina el libro “El Cuerpo de Ella”, una construcción sensitiva de Dina y Jotamario Arbeláez.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En Bogotá, Dina comienza sus primeros pasos sobre las tablas, con ensayos en el sótano de la Jiménez, para la presentación de una de sus primeras adaptaciones: “La Cándida Eréndira” de García Márquez. Entre presentaciones, rumbas y encuentros, Dina halla personajes vitales para la trascendencia de su obra. En el Teatro La Candelaria con Patricia Ariza y Santiago García vive y afianza su temperamento teatral e indócil por más de una década. Ye en  el teatro El Local, durante una de sus presentaciones se encuentra con los pintores Samuel Ceballos y Fanny Salazar, con quienes compartiría, años después, terreno arenoso en la isla de los siete colores.

 

 

Más tarde, afirmando su compromiso actoral y de formación, y dejando de lado la rumba capitalinonadaísta, conforma con Ramiro Corzo, Álvaro Daza y Jairo Aníbal Niño, el Teatro Máscaras.

 

 

 

 

 

 

Para finales de los años 70, Dina deja en Bogotá “un sinnúmero de amigos jóvenes, locos y peligrosos con quienes compartí un sin tiempo de literatura, filosofía, poesía y teatro en medio de la represión policial y los cantos de protesta a toda vos”, dice.

 

 

Ya con la certeza del teatro, Dina hace su carrera como actriz y toma vuelo a tierras antes habitadas, al sueño del exilio nadaísta, En San Andrés, Dina comienza la conformación de talleres de teatro y se establece a las afueras de la ciudad, la zona rural de la isla, con su compañero Iván quien lindaba los abismos del nadaísmo y con quien, tras un tropezón –bar localizado cerca del teatro Pablo Tobón Uribe– en la playa, terminaron en búsquedas entre lienzos y caballos de mar. Lejos del ruido y el cemento, en un lugar que huele a viento y a mar, Dina después de 34 años habitando esta arena, considera esa filosofía, ese actuar, esa prisa y desacato del movimiento como una esencia vital imperdible, una etapa que dejó una huella eterna y que acompaña cada paso, cada memoria. 

 

 

Hoy a sus 74 años, sus recuerdos y palabras se mantienen vivaces y se extienden en cada rincón, en cada pared, en ese lugar al lado del mar que la resguarda con existencias y pasos dados, con retratos, dibujos y artesanías que cuelgan entre los maderos isleños de Tom Hooker.

 

Hoy, Dina la teatrera, la poetisa, la Bardot paisa, la pintora, la salvadora de tigres, la existencial; desempolva los recuerdos de una nada que habitó, revive el movimiento en su voz de olvidos no olvidados, ve pasar entre brisas, perros, palmeras y gatos las marejadas del tiempo y sus letras… ve pasar y canta con las sirenas.  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Esta vida que es sólida, hecha de muros infranqueables y de nubes. La energía secreta que contagia el amor y repite las imágenes en los espejos. El compromiso con lo eterno…

Dina Merlini

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

[1] BUSTAMANTE, Víctor. Darío Lemos: Cuando el Poeta muere. Fondo Editorial Ateneo Porfirio Barba Jacob: Babel, Medellín, 2008. Pág. 50.

[2] Conversación con Eduardo Escobar.

DINA MERLINI

 

 

… fuimos bellos, vagos e irreverentes, sumidos en esa búsqueda interminable del hombre. 
Dina Merlini

 

 

 

 

Poemas, puñaletas, tragos, nadaístas… una mujer. La bellaca sirena de raíz italiana. La venus oscura y bravera. La tropelera y teatrera…  profetisa Merlini.

 

 

En las calles de Venezuela con Jorge Robledo, desde 1940, Dina da sus primeros aleteos, en tierras montañosas, de sores, políticos y escapularios puñaleros. Capricorniana, de ascendencia italopaisa, Dina es enclaustrada en las paredes del Colegio María Auxiliadora de Medellín, en las que comienza su proceso de formación creativa, viendo entre los hábitos y vestidos talares un mundo de actuación, una obra, un guion; personajes, libretos y máscaras. 

 

 

 

 

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